Los Soñadores

Hace 157 años el biólogo británico Charles Robert Darwin publicó uno de los ensayos científicos más influyentes de la Historia. Se trata del libro titulado “El Origen de las Especies Mediante la Selección Natural o la Conservación de las Razas Favorecidas en la Lucha por la Vida”, generalmente abreviado como “El Origen de las Especies”. En esta obra, Darwin fundamentó, más allá de cualquier duda razonable, el hecho incontestable del fenómeno de la Evolución y también propuso un mecanismo como su principal impulsor: la Selección Natural.

El núcleo de la Selección Natural es la despiadada competencia por la supervivencia que se da entre los organismos, un concepto que suele resumirse con la frase de “La supervivencia del más apto”.  Esta idea, de que la competencia es el motor único del progreso evolutivo, ha trascendido a todos los ámbitos de la Sociedad y muy especialmente al campo de la Economía.

Sin embargo, es evidente que nuestra especie forma grupos integrados por un número enorme de individuos que colaboran muy estrechamente y que son capaces de sacrificar los intereses propios por el bien del grupo. El propio Darwin consideraba que fueron la cooperación y el altruismo las principales claves del éxito evolutivo de la Humanidad.

¿Qué es lo que nos une de tal manera que nos lleva a ser capaces de sacrificar nuestros intereses particulares por el bien común? Lo que las personas compartimos, lo que nos mantiene unidos y permite un nivel de cooperación entre nosotros muy superior al de cualquier otra criatura del planeta, no es algo de carácter biológico, sino cultural. A diferencia del resto de criaturas sociales del planeta, a las personas no nos unen los genes, sino ideas comunes. Ideas que nos parecen irresistiblemente hermosas y de las que nos enamoramos, misteriosamente, en algún momento de nuestra vida. Son esos ideales y valores el principal legado que nos transmitimos los unos a los otros de generación en generación y los que constituyen nuestra fortaleza y, en ocasiones, también nuestra debilidad.

A lo largo del último siglo, los esfuerzos de varias generaciones de científicos han puesto a nuestra disposición una valiosísima información sobre el proceso histórico que dio lugar a la especie humana. En ese tiempo, los anaqueles y vitrinas de museos, universidades y otros centros de investigación se han llenado con cientos de fósiles humanos correspondientes a un largo intervalo temporal que abarca los últimos siete millones de años y que proceden de yacimientos desperdigados a lo largo y ancho de los cinco continentes. Pero no solo se han encontrado fósiles humanos. También se han recuperado numerosas herramientas y objetos manufacturados de todo tipo que encierran una preciosa información sobre las capacidades mentales de nuestros ancestros a lo largo de las diferentes épocas.

A partir de esa valiosa información, hemos sido capaces de reconstruir y entender las líneas maestras del proceso evolutivo que ha configurado la naturaleza humana. El resultado de este proceso ha sido una criatura asombrosa, una especie que es capaz de soñar con realidades inexistentes, de compartir sus sueños con los demás y de trabajar juntos para hacer que sus anhelos se hagan realidad.

Autor: Ignacio Martínez Mendizábal, profesor de la Universidad de Alcalá y miembro del Equipo de Investigación de Atapuerca