¿Por qué trabajamos?

Según un informe publicado por Gallup, el 63% de las personas no están comprometidas y ni siquiera satisfechas con su trabajo. Tan solo el 13% de los 25 millones de trabajadores encuestados de 189 países diferentes se sienten atraídas por sus puestos de trabajo y por tanto comprometidos con lo que hacen. ¿Cuáles son las causas de estos datos? ¿qué podemos hacer para darles la vuelta? Reflexionamos sobre el libro -¿Por qué trabajamos? En busca de sentido- de Barry Schwartz.

Según el «inventor» del libre mercado, Adam Smith, las personas no disfrutan trabajando en ninguna parte y la única razón por la que lo hacen son las compensaciones que se derivan de ello o lo que es lo mismo el salario y/o el éxito. Esta es la teoría del mundo capitalista que conocemos y sobre la que se construyó el tejido empresarial tras la Revolución Industrial y lo más importante, esto es lo que nos enseñan en el colegio y es el pan nuestro de cada día en nuestras conversaciones.

“Antes de esto, sin sugerir que el trabajo fuera una bendición, el trabajo de los granjeros, artesanos y tenderos, por arduo que fuera, les proporcionaba la oportunidad de utilizar su ingenio, disponían de mayor discrecionalidad y control sobre lo que hacían y les resultaba más fácil encontrar sentido y satisfacción en sus acciones laborales”. Pero la necesidad de una mayor productividad y eficiencia hizo que aparecieran las cadenas de montaje y que las personas pasaran a especializarse en una parte de ella, repitiendo lo mismo hasta la saciedad, convirtiéndose en algo parecido a los robots.

“Las condiciones de trabajo humano generadas por la Revolución Industrial, y perpetuadas en parte gracias a las teorías de las ciencias sociales, han impedido sistemáticamente que la gente se sienta realizada con su trabajo. Y al hacerlo, han privado a las personas de una importante fuente de satisfacción, y encima han producido unos trabajadores inferiores”. Durante varias generaciones hemos aceptado que trabajamos por dinero, para poder vivir. Pero ¿y si nos planteamos trabajar para algo más? Seguro que más de uno al oír esta pregunta diría “eso solo se lo puede permitir la élite; los que tienen dinero son los que pueden permitirse tener un trabajo que les estimule; yo sin estudios no puedo aspirar a eso; para los que no llegamos a fin de mes eso es un lujo al que no podemos acceder…”.

Estas reflexiones son el reflejo de lo que ha conseguido nuestra sociedad, pero igual que lo creamos podemos transformarlo.

Para empezar, debemos enseñar a nuestros hijos que todos los trabajos son válidos y necesarios y que deben poner todo su empeño en cada cosa que hagan, buscando en ello su realización personal y no tan solo una recompensa económica. Hemos de empezar a formar personas satisfechas y no inconformistas frustrados por naturaleza.

Lo que determina lo que piensan las personas de sus trabajos es, sobre todo, la actitud y la clase de trabajo.

De la actitud debe ocuparse cada uno y sin duda en la educación está la clave. En uno de los ejemplos reales del libro ¿Por qué trabajamos? de Barry Schwartz hablan sobre los encargados de la limpieza de un hospital. Uno de los trabajadores se muestra satisfecho y comprometido con su trabajo pues su objetivo es el mismo que el de la empresa: fomentar la salud, curar la enfermedad y aliviar el sufrimiento. Esta persona, siendo encargado de la limpieza, trabaja con este fin y por tanto no se limita a limpiar de forma mecánica los espacios que le corresponden sino que considera su trabajo muy importante y en su día a día intenta ayudar a los pacientes. Por esta razón, un día decidió no limpiar el pasillo de una planta cuando le correspondía al ver que uno de los pacientes se disponía a dar su primer paseo, tan recomendado por los médicos, después de semanas en cama. Quizá no cumplió con su trabajo, pero consiguió algo mucho más importante, alcanzó los objetivos de la empresa y el bienestar de uno de los pacientes y sobre todo demostró su compromiso con su trabajo.

Sobre la clase de trabajo, son los empresarios quienes deben hacerse cargo. “En su trabajo, las personas buscan la oportunidad de utilizar sus habilidades y de adquirir algunas más, quieren autonomía sobre la manera de desempeñarlo, sentir que forman parte de un grupo y que están rodeados de compañeros que respetan. Y lo más importante, quieren que su trabajo vaya dirigido a la consecución de una meta que sea valiosa y confiera un sentido a la labor que hacen”. Las empresas deben organizar el trabajo de forma que las personas que las forman sean capaces de conseguir estas premisas. En aras de la eficiencia y el control, un jefe podría impedir el desarrollo de un trabajador y realmente lo único que estaría consiguiendo es una persona insatisfecha que solo busque la recompensa económica y que por tanto no se comprometa con la compañía. Puede que el encargado de la limpieza no limpiara el pasillo ese día por lo que diríamos que no fue eficiente, pero consiguió el objetivo común de la empresa: fomentar la salud, curar la enfermedad y aliviar el sufrimiento, además, por supuesto, de sentirse satisfecho con su trabajo.